Frustración y agresividad en el rendimiento deportivo ¿Hasta qué punto nos pueden perjudicar?

Frustración

La frustración, es uno de los factores que más facilitan la aparición del comportamiento agresivo y violento en los deportistas (Pelegrín & Garcés de los Fayos, 2008). Según la teoría de la frustración-agresión (Dollard & Miller, 1944; citado en Chapi, 2012), la causa de las conductas agresivas residía en la frustración, que se puede entender como la obstaculización del comportamiento de una persona que trae consigo un aumento de las respuestas agresivas del mismo. Esta teoría defendía, por tanto, que una conducta agresiva es desembocada por una frustración, y que es esta frustración la que conlleva a la agresión (Ibañez, 1988). Sin embargo, esto ha sido posteriormente más desarrollado. Se la consideró demasiado sencilla porque obviaba más respuestas que se pueden dar a la frustración, como puede ser, la desmotivación (Chapi, 2012) o incluso la omisión de respuesta (Berkowitz, 1965; citado en Ibañez 1988).

                                            

Para comprender mejor la frustración, hay que entender que el comportamiento de una persona puede venir determinado, por un lado, por sus necesidades, pulsiones y motivos, así como, por el contexto, y las presiones que este pueda causar sobre alguien. Una persona se va a sentir más capacitada para enfrentarse a una determinada situación en función de si sus acciones o proyectos previos han conllevado éxito, mientras que, cuando no ha sido capaz de lograr sus objetivos se sentirá con menos posibilidades (España & Peris, 1992). Por tanto, es imprescindible adecuar los objetivos de un deportista a sus capacidades y no por encima de estas (Buceta, 2003).

Agresividad  

En la última década, el comportamiento agresivo se ha evidenciado con mayor asiduidad en el deporte, convirtiéndolo en un uno de los principales problemas tanto en los campos de juego como en las grada. Las definiciones que se le han dado a la agresividad son diversas, pero en la mayoría se puede entrever que es una conducta nociva, perjudicial o destructiva (Pelegrín & Garcés de los Fayos, 2008).  Se trataría por tanto de un comportamiento con alto contenido emocional, que se puede dar tanto en animales como en seres humanos y que, debido a ese componente, suele manifestarse de manera muy intensa (Chapi, 2012).

Las reacciones más típicas que se pueden tener debido a esa frustración son (España & Peris, 1992):

  1. agresión, que puede ir dirigida hacia un objeto o persona.
  2. hipersensibilidad, por la que, la persona entra en un estado de gran irascibilidad en el que no es capaz de aceptar ni consejos ni indicaciones.
  3. aislamiento, en la cual no manifiesta sus sentimientos y se retrae.
  4. dependencia, en la que trata de buscar protección en alguna persona.
  5. regresión, por la que pueden volverse a ver repetidas conductas infantiles.

Una clasificación sistematizada sobre la agresión que está basada en comportamientos de animales, define entre otras, la “agresión por irritación” que es provocada por la frustración, provocando la ira o el enfado (Moyer, 1968; citado en Chapi, 2012). Además, el término agresión, lleva asociados algunos conceptos (Fernández 1998; citado en Pelegrín & Garcés de los Fayos, 2008):

  1. el conflicto, que sería la controversia entre dos o más personas debido a la discrepancia sobre un determinado tema.
  2. la hostilidad, que estaría definida como una actitud desfavorable hacia una o más personas.
  3. la ira, definida como la aglomeración de sentimientos que aparecen ante un evento molesto o incómodo para la persona.
  4. la agresividad, en la cual, ante distintos contextos habría una facilidad constante para exhibir una actitud agresiva.
  5. la violencia, uso del poder propio sobre alguien de forma ilícita.

A las conductas agresivas se les asocia variables, mecanismos o eventos, que pueden disparar el comportamiento agresivo, a estos factores se les clasifica como variables predictoras, ya que, pronostican la ocurrencia de dichas conductas (Pelegrín & Garcés de los Fayos, 2008). Según una investigación de Volkamer (1971), se evidenció que el comportamiento agresivo que realizaban los equipos de fútbol, que en medio de un partido iban perdiendo, se relacionaba directamente con una mayor frustración y con la prisa por remontar el partido, siendo estos los que más faltas cometían a lo largo de los encuentros (Pelegrín & Garcés de los Fayos, 2008).

Además de los factores de riesgo que pueden provocar una conducta agresiva, hay otras variables que pueden ser relevantes como la generalización, la estabilidad o el género. La generalización se refiere a repetir las mismas conductas agresivas en distintas situaciones. La estabilidad hace hincapié en el mantenimiento de esta conducta hasta la adultez. En cuanto al género, las investigaciones ponen de manifiesto que los varones son más proclives a desarrollar un comportamiento agresivo que las mujeres (Stormshak & Bierman, 1998, Pelegrín, 2004; citado en Pelegrín & Garcés de los Fayos, 2008). La edad es también un factor a considerar, ya que, los niños/as que resuelven sus conflictos por medio de conductas agresivas entre los 8 y 9 años tienen más probabilidades de prevalecer dicho comportamiento en el futuro (Loeber & Stouthamer-Loeber, 1998; citado en Pelegrín & Garcés de los Fayos, 2008).



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Referencias

Buceta, J. (2003). Intervención psicológica en el entrenamiento deportivo: estrategias para optimizar el funcionamiento de jugadores de baloncesto en sesiones de ensayo repetitivo. Revista de Psicología del Deporte, 8(1), 39-52.

Chapi, J. L. (2012). Una Revisión Psicológica a las Teorías de la Agresividad. Revista Electrónica de Psicología Iztalaca, 15(1), 80-93.

España, A & Peris, A (1992). La frustració a l'esport. Apunts Med Esport, 29(111), 47-52.

Ibáñez, T. (1988). Psicología Social de la Agresión: Análisis teórico y experimental. Universitat Autónoma de Barcelona, Barcelona.

Pellegrín, A. & Garces de Fayos, E. J. (2008). Evolución teórica de un modelo explicativo de la agresión en el deporte. Revista de Psicología y Educación, 7(1), 3-21.



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